29 noviembre 2008

Vestigios

En algún lugar de mi memoria...
Solo quedan vestigios, retazos de vidas por las que he caminado a lo largo de las eternidades ancladas tan profundo en mi memoria que no llego a vislumbrar. Pero hay algo que no olvidaré, siempre estaba ella.
No importa que edad tuviera, ni en que mundo viviese, a que raza perteneciera, que nación llamara patria, en todas ellas aparecía siguiéndome. No hay lugar a la confusión, es el mismo pelo negro largo y rizado, esos mismos ojos tan celestes, y ese rostro cuya belleza ni el pintor más grande lograría nunca grabar. Ella no sabe lo que siento, no obstante no está en mi esperanza ser correspondido; quizás es la razón por la cual no me atreveré a hablarle nunca, quizás es la razón por la cual todavía vivo. Solo sé que si vivo otra vida quizás vuelva a verla, y con verla durante toda la eternidad me doy por saciado.
Transcurre mi vida en un mundo de luces y sombras, donde hasta el hombre más valiente teme a los hijos de la Noche, en otras esferas llamados vampiros. En este mundo la noche es dueña de vida y muerte, y sus vástagos gobiernan ambas. Solo quedamos unos pocos de lo que antes era el reino libre de Kyrión, todos los demás yacen por los caminos o viven ahora esclavos sin ver el oscurecido Sol. Nuestra última esperanza es una leyenda que aún recitan nuestros mayores, la Flecha de Luz, que encenderá de nuevo la llama del Sol y acabará con el yugo de las sombras. La historia cuenta que está guardada bajo la tumba de Leor, el último rey antes del advenimiento de la Noche.
Estamos a 3 días de llegar a nuestra meta, y por el horizonte empezamos a ver las sombras difusas que dejan los vampiros al moverse. Estamos dispuestos a pelear, pero no podemos morir o no quedará un humano al final de esta jornada. Las sombras se difuminan cada vez más deprisa y mas cerca, a tal grado que a veces es un manto negro lo que vemos detrás de nosotros. Solo hay una cosa que teman, el fuego. Si conseguimos prender una buena hoguera quizás podríamos ganarles terreno, pero hace frío y hay demasiada humedad.
Ayer no conseguimos encender ningún fuego, pero no sabemos si por azar o por gracia divina conseguimos mantenernos fuera de su alcance. Hemos dejado atrás las llanuras y nos hemos adentrado en un desfiladero, está empezando a llover y escuchamos los silbidos agudos, casi antinaturales, de nuestros enemigos. Haciendo cálculos en mi cabeza concluyo que deben de estar a menos de 2 millas de nosotros, muy poca distancia. Si tan solo dejara de llover…
Las negras estelas que forman los vampiros al moverse son tan cercanas y numerosas que se confunden con los oscuros nubarrones en el cielo; se echarán sobre nosotros en cualquier momento. Nos refugiamos hacia el interior de una cueva buscando distraerles o intentar ganar algo de tiempo pero ya no hay esperanzas. Hemos llegado a un punto en el cual no podemos avanzar, el camino está sellado por una piedra, solo queda una salida y es intentar perdernos por los caminos por donde vinimos, pero eso sería presentarle víctimas a Anubis.
Decidido, rezaremos a los dioses y tomaremos distintos caminos; nada mas cambiar el rumbo sentimos pisadas, el miedo tensa mis tendones y por varios segundos se quedan inmóviles, no hace calor pero aún así comienzo a sudar. Gareth me agarra del brazo y tira de mí hacia una galería, detrás de nosotros se oye desenvainar varias espadas y los primeros choques entre aceros. Poco a poco nos adentramos en la galería, la cual parece no tener fin. Sonidos agudos y voces nos persiguen.
- “Gareth, de nada sirve que corramos, nos han alcanzado”
- “Entonces corre tu y yo los detendré aquí lo máximo que pueda”
- “Que sería un minuto… Muramos juntos si es nuestro destino, y si no lo es vivamos para ver el Amanecer”
Tres Hijos vienen hacia nosotros, se muerden los labios hasta sangrar en señal de su deseo de muerte y se abalanzan sobre nosotros. Son novatos, solo eso explica que ellos estén ahora muertos y nosotros solo heridos; si hubiera venido un oficial no habríamos tenido tanta fortuna.
A Gareth le está sangrando demasiado su hombro izquierdo, su cara está blanca y tiene convulsiones, yo he salido un poco mejor parado y solo tengo una raja que me atraviesa la cara dibujando con sangre una sonrisa. Gareth me mira y con esfuerzo se levanta apoyándose en la pared, ladeó la cabeza y seguimos tan rápido como podemos hacia adentro de la galería.
De repente un silbido penetra en nuestros oídos y nos hace caer al suelo, la oscuridad fría nos rodea y oigo un grito de muerte del hombre que está a mi lado. Que la Luz acoja su alma, ya que su cuerpo lo acogerá la tierra. La densa y negra niebla se disipa, y escucho golpes graves y muy continuados, no son tambores ni pisadas, son mis latidos. Cojo mi espada con ambas manos esperando un golpe y después el silencio, pero éste no viene. Enfrente de mis ojos hay un vampiro arrodillado envainando el arma que le quitó la vida a Gareth, al ponerse de pie gira su cabeza hasta mirarme, y en ese momento el tiempo se para.
¡Es ella! Son esos ojos, ese pelo, esa mirada… sin quererlo miles de imágenes pasan por mis ojos los recuerdos que tengo grabados de sus ojos frente a los míos, si tan solo una vez hubieran sido sus labios… Ella se queda quieta mirándome, y creo adivinar en sus gestos un atisbo de asombro, de recuerdo… ¿Por qué no? Si le hablo en este momento, quizás la próxima vez se acuerde de mí, no me cuesta tanto intentarlo.
Ella sigue mirándome, yo la miro; apartar la mirada de sus ojos requeriría fuerzas que ya no me quedan. Sin pensarlo sale de mis labios un “Te quiero” que queda sonando en mi interior como un eco. Ella sacude levemente la cabeza, desprevenida ante esas palabras pero baja la mirada y llora. Me acerco hacia ella lentamente y levanta la cabeza con los ojos aún llorosos. Muerde su labio y un pequeño hilo de sangre cae por sus labios, durante un instante pienso que va a matarme como a Gareth, pero ella aprovecha ese instante de duda y acercándose me besa. No puedo describir esos segundos en los que la besé, si existe algo dulce son sus labios, si hay algo cálido es su piel, si es verdad el cielo es porque es suyo. No hubo despedida, solo un “¡Corre!” y el ruido de vampiros que buscan la muerte. No soy capaz de dejarla morir, “No te dejaré ahora que te tengo”. Solo fue mía durante un minuto; mi vida salió como un suspiro, y la suya a grito de traidora no tardó en acompañarme.
Solo un minuto… solo un minuto llena mi vacío, pero sé que la próxima vez que la vea ella será mía y la eternidad se detendrá en sus brazos.



Para ella, porque durante un tiempo me hizo pensar que la eternidad cabía en un puño.

1 comentario:

Anónimo dijo...

No tengo nada muy profundo para decir. Pero me atrapaste. Me encanta.